Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Cuentos o relatos: Gama de sentimientos.


 
          Dijo la brisa a la tristeza: 
         
—¿De qué te quejas? 
         
La tristeza, contestó: 
         
—No me quejo, solamente suspiro. Alargó la mirada hacia el horizonte infinito y observó sutilezas. —Continuó— Siento que estoy impregnada del aliento de cada ser humano, que surjo por diversas causas y no puedo asomarme sin lastimar porque traigo inquietud, dolor, aunque no sea permanente. Soy como esos huracanes que pasan intempestivamente, pero dejo secuelas, porque me voy filtrando lentamente y desgarro hasta el alma. 

         
Preguntó la brisa: 
         
—Y entonces, ¿por qué surges?
          —Porque aún siendo indeseable, acompaño el sentimentalismo. 
          —Y qué es el sentimentalismo, preguntó la brisa.
          —Esa faceta que experimenta el que vive y se convierte en odio, indiferencia, resignación, amargura, sufrimiento, ansiedad, angustia, incomprensión, desprecio, vacío, ausencia, castigo que se pretende dar pero también se recibe. 
         
          —Oye, vale, ¿y el hombre es así de complejo? 
         
—Si, porque siempre pretende imponer su autoridad, ser prepotente, machista, y en esa actitud deja huellas que enzarzan el camino. 
         
La brisa se rascó la cabeza ante tanta complejidad y dio gracias a Dios, por sólo pertenecer a la naturaleza y acariciar los rostros; pero no penetrarlos.
 
 
TRINA LEÉ DE HIDALGO 19-8-12

Una diosa se enamoró de mi.

 
Es difícil de explicar lo que ocurrió a quién no lo pudo ver por sí mismo. Es complicado de aceptar, cuando los ojos de los demás han de hallarse apartados de un hecho tan inusual como lo es ese, por las malsanas envidias que llegará a provocar y por los celos ofuscados que generará por tan mala baba como hay suelta. Solo acertará este milagro a confortar el alma de los que sí lo aceptan y lo celebran como si les hubiese ocurrido a ellos.
 
La diosa vino a mi sin previo aviso, sin llegar yo a imaginarlo siquiera por ser ya tan tarde y por haberse consumido gran parte de la llama de mi vela.
 
Desde la espalda de la luna, dónde las hadas y las leyendas preparan en secreto sus historias, cuando más brillante estaba la cúpula del cielo por tanta estrella cómplice, la diosa extendió una mano suave y tierna hacia mi, impregnada de fragancias de menta y romero y me tocó suavemente el rostro, con la íntima dulzura que solo las diosas saben imponer a sus actos.
 
Y yo, pequeño mortal anhelante de cuánta magia pueda dispensarme la vida, levanté la vista para comprobar quién era quien me tocaba con dedos de amor y aliento de brisa de mar, y quedé cegado por la belleza que descubrí en su rostro y por el inmenso amor que me trasladaban sus ojos.
 
En un ser humano abatido de amor quedé convertido. La arena ardiente bajo mis pies dejó de quemar mis plantas y el abatimiento que me acosaba desde tanto tiempo atrás, desapareció a través de los poros de mi piel como por ensalmo.
 
Miré mis manos y mis piernas y las vi recompuestas de anteriores trabas y de escaras de amores muertos. Mi cara se reflejó a pesar de la oscuridad reinante, en la misma piedra pulida con la que anteriormente tantas veces había tropezado, y todas juntas, todas esas señales inequívocas que me ilustraban me advirtieron de la inminente llegada de la felicidad soñada, de la arribada del gran amor de mi vida que tanto tiempo había esperado.
 
La diosa de la Luna abrió la boca y sus labios sensuales y húmedos susurraron mi nombre, acariciaron mi oído con su leve roce. El cielo se abrió de par en par entonces y la mujer más bella que nunca hubiese imaginado poder observar, deslizó su divino cuerpo por entre los escasos nimbos blancos y algodonosos que jalonaban la noche en dirección a mi, con los brazos abiertos, hambrientos de mi cuerpo y dispuestos para el feliz abrazo que me ofrecían.
 
Yo no puse barrera alguna entre su camino y mi persona y abrí mi camisa dejando mi mortal pecho al descubierto, pues mi eterno sueño largamente forjado en lo más recóndito de mi corazón había comenzado a materializarse.
 
Me esperaban cálidas noches de ensueño y hermosos días de auténtica gloria, pues la diosa se me había manifestado, prometiéndome entre besos tiernos y pausadas caricias su amor eterno. Yo le creí sin dudar y puse en sus manos todo el amor que poseía, lo derramé a paletadas y vacié de escombros las alforjas de mi corazón, en sus ojos claros y en su piel de seda y gasa.
 
Ahora soy un hombre nuevo, que ama a una diosa con locura total de la que no me arrepiento y que se siente amado de igual manera por ella misma. Una diosa, que al parecer, solo vino a este mundo a cumplimentar mi llamada, a dotarle de una vida infinita al sueño de un mortal caducado pero ahora señalado por la fortuna, un mortal que soy yo y con el cual me identifican.
 
Mi vida ya no depende de mi, pues se la entregué a quién vino desde la espalda de la luna a iluminar mi cielo con sus haces de luz blanca y transparente, con su corazón de ahora, humano y palpitante, una vez posó los pies sobre la blanda tierra y el verde césped.

                                                        
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Las campanadas.




Las campanadas me decían:

"queda menos tiempo".

(En un pueblo extraño, una luz extraña y un temor extraño).

 
Se prorrumpían en medio de la noche,

a modo de aviso, sonorificando su advertida presencia...

"queda menos tiempo", me repetían.
 

Cada quince minutos.


A veces más frecuentes,

a veces como si los minutos no pasaran.

A veces eran inexistentes.

 
Parecían dejar espacios de silencios,

y todo era reflexión...

"Queda menos tiempo, pronto llegará la mañana".

 
¡Ah! todo era girar la cabeza sobre la almohada.

(En una casa extraña, hacia una cortina extraña, hacia una ventana...)

A ella no parecía perturbarle el silencio.

Extasiada mis ojos la miraron un momento...
 

Y llegó el mañana.
 

Las campanadas me decían:

"Quédate con nosotras. No te vayas.

No pienses más en el tiempo".

 
 
María José Cabuchola Macario

Escalera de Corazones: Estatuas de sal.

  • ¿Lo conoces?-. Preguntó Carlos a Sofía, en alusión a Roberto.


  • Claro. Fue uno de los tipejos que fueron al Congreso a armar bronca el 25-S.


  • Comprendo. Así que éste es el tipejo por el que me dejaste-. Ahora era Carlos el que lanzaba reproches a Margarita, mientras Sofía confirmaba horrorizada que aquel desprecio no reflejaba más que un amor aún vivo.


  • ¿Tipejo?-. Roberto estaba molesto. Las elegantes pintas de ejecutivo que lucía Carlos, aunque no lo fuera, lo ponían en el disparador. Aborrecía a ese tipo de gente. No podía creer que Margarita estuviera haciendo todo esto por él –Mira tío, no te confundas. Yo sólo vengo como amigo, para que Margarita no hiciera el viaje sola. Ha venido hasta Madrid sólo para buscarte a ti.


Aterrada por el efecto que pudieran tener esas palabras, Sofía se apresuró a meter baza.

  • Roberto es siempre el mejor de los amigos, ¿verdad? Él es íntimo del tipo que me dejó plantada, al que buscaba el día que nos conocimos bajando del tren, ¿recuerdas?


  • Quizá debieras darle otra oportunidad-. Terció Margarita –Ha vuelto a casa, y me consta que está deseando retomar lo vuestro.


  • ¿Lo conoces?-. Sofía se fue acercando hacia la chica, pero enseguida se detuvo, al surcarle la mente un negro presagio. Angustiada por resolver el enigma, se volvió rápida hacia Carlos –El chico por el que ella te dejó, siempre has hablado de él como de un perroflauta.


  • Es lo único que sé de él, eso y que fueron juntos al instituto.


  • Lo dejaste por Marcos, ¿verdad?


Margarita se sintió arrinconada.

  • ¡A ti qué te importa!


  • Se le da muy bien interrogar a la gente-. Terció Roberto –Con Hakim también lo hizo.


Sofía volvió entonces la mirada hacia Roberto, que desvió la suya. ¡Se trataba de Marcos! De lo contrario, cualquiera de los dos ya le habría dicho que no. No se lo podía creer. El mundo era un pañuelo.

  • ¿Sabías Carlos-. Sofía comenzó a desentrañar toda la trama –que el hombre que me dejó plantada y aquel por el que te dejó Margarita son la misma persona?


  • ¿Qué?




Ajeno a cuanto de él se decía, el pobre Marcos se acercaba a Madrid en un lento autobús, con la esperanza de encontrar a Sofía y comenzar de nuevo. Cierto que no había sido capaz de elegir entre Margarita y ella, pero a la fuerza ahorcan, y ahora ya lo tenía claro. Se sentía ilusionado y miraba ansioso el reloj, deseando llegar cuanto antes para pedirle una nueva oportunidad a Sofía. Sabía que no sería fácil, después de cómo se fue, pero estaba dispuesto a ser paciente, a trabajar día a día, a hacer lo que fuera necesario, incluso a pelear con quien fuera si, como le rondaba la mente, la chica hubiera encontrado a alguien que ocupara el lugar del que él huyó. Se asomó por la ventana y vio la perspectiva de la enorme capital de España desde las montañas. En algún punto de aquel inhumano hormiguero se encontraba el amor de su vida. Qué nervios.



  • Así que el perroflauta se largó y te quedaste sola, y ahora vienes a buscarme, y encima me vienes con reproches por haber encontrado a alguien.


  • Eso no es así, Carlos. Si me dejas que te lo explique.


  • No es necesario, Margarita. No me debes ninguna explicación. Yo te he querido mucho, ¿sabes? Y siempre te recordaré con cariño, pero ahora estoy con otra persona, soy feliz, y creo que me merezco esta oportunidad. Eso es lo que importa, no por qué vienes ahora a buscarme. Me temo que ya es tarde.


  • ¡Pero yo te amo!-. Los numerosos viandantes que pasaban frente a la Torre Europa seguían su camino, aunque mirando de refilón hacia la escena que aquel cuarteto estaba preparando, con voces en alto volumen y declaraciones de amor propias de un culebrón –No he venido aquí porque me haya quedado sola, como dices. Después de Marcos conocí a otro chico-. Roberto se sentía cada vez más incómodo en aquella situación –y fue estando con él cuando me di cuenta de que no anhelaba estar con Marcos, sino contigo. Así me quedó claro que te amaba, que te amo, que sólo puedo vivir contigo, que necesito que vuelvas conmigo.


Carlos empezaba a perder el control. No era una escultura de piedra. Aquellas palabras lo estaban afectando, y mucho. Una parte de él deseaba lanzarse a sus brazos, besarla, decirle que no importaba cuánto había pasado, cuánto habían sufrido, ni quién se había metido por medio, que juntos podrían con todo, que volverían a ser felices, como un día no tan lejano lo fueron.

Miró entonces a Sofía y recordó aquellos preciosos ojos que se le quedaron grabados en el andén de una estación de provincia. Quería a Sofía,


ella lo quería, y ambos eran felices en Madrid, lejos de un pasado que había terminado de un modo muy doloroso.

Se acercó a Sofía, la abrazó por la cintura, atrayéndola hacia sí.

  • Lo siento, Margarita. Es demasiado tarde.




Como habían hecho Margarita y Roberto esa misma mañana, Marcos descendía del autobús en la Estación Sur, camino del acceso al metro que lo llevaría a la boca del lobo, a la central de las Unidades de Intervención Policial, el lugar de trabajo de Sofía. Tenía el pulso y el corazón acelerados. No se recordaba tan frágil como en ese instante en toda su vida. Si fracasaba en lo que iba a intentar, no tenía un plan b, no sabía qué iba a ser de él. No imaginaba un día siguiente sin ella, no había nada detrás. Es curioso cómo unos días de sugestión pueden cambiar a una persona de elección por eliminación a amor de su vida. El largo tren metropolitano terminó de frenar y las puertas se abrieron para que pudiera entrar. La suerte estaba echada.



En uno de aquellos oscuros túneles, el convoy en el que viajaba Marcos se cruzó con otro, uno menos ilusionado, más triste, pues en el iban, de regreso a la estación, Roberto y Margarita.

Margarita estaba destrozada. Había fracasado. No se trataba de pelear para que Carlos la perdonara con el tiempo. Esa estrategia, prevista a medio plazo, se venía abajo con la presencia de Sofía, que de nuevo se había interpuesto en una relación suya. Su mundo se había venido abajo. Su única esperanza era que Marcos fuera capaz de recuperar a aquella rubia impertinente, pero en el fondo, no sabía hasta qué punto lo deseaba, pues había visto muy feliz a Carlos, radiante, y si aquello se rompía, iba a ser muy duro para él. Ella no quería verlo sufrir, pero su vena egoísta rogaba por que todo se torciera y pudieran volver a estar juntos. No podía desearlo sin que le remordiera la conciencia, y tampoco podía desear la felicidad de Carlos con Sofía sin sentirse una estúpida. Pero todo eso carecía de valor, porque ella regresaba a casa sin su hombre, mientras él se quedaba con otra mujer.



Carlos y Sofía llegaron a Moratalaz en silencio. La escena en la que se acababan de ver envueltos no era agradable, y ninguno quería hablar sobre ello. Al margen del bochorno pasado, cada uno tenía sus propios fantasmas que lo atormentaban. Por un lado, Sofía no dejaba de pensar que la afectación que mostraba su chico significaba que aún sentía algo por aquella muchacha, lo cual era realmente preocupante. Por el otro, Carlos no podía evitar sentirse mal por Margarita. Sabía que había tomado la decisión correcta, pero lo preocupaba que ella sufriera. Sabía que en el fondo, no había dejado de quererla.

Y eso era lo que más miedo le daba, que tal vez estuviera viviendo una mentira con Sofía, que la estuviera engañando sin querer, que el bonito gesto en la puerta de la Torre Europa no hubiera sido más que una pantomima inconsciente, que la estuviera haciendo creer que era el amor de su vida cuando él empezaba a tener serias dudas. Maldita fuera Margarita, que en tan mala hora tuvo que volver a su vida.

En Moratalaz estaba la Jefatura de las UIP, y ahí debían despedirse los dos amantes. El metro los había dejado muy cerca, y ahora caminaban, también en silencio, por las calles del barrio. Al llegar a la puerta, los dos se fundieron en un abrazo muy especial, de dos seres angustiados que necesitaban darse cariño y apoyarse. El destino los había puesto ante una dura prueba, pero si lograban pasarla, su relación tendría mucho futuro. También se decían eso con el abrazo. ¡Animo! ¡Aguanta! Juntos podemos, el amor lo vence todo. El abrazo fue rematado con un intenso beso que los dejó sin respiración.

A ellos y a alguien más.

Al separarse, Carlos se quedó pálido al ver frente a ellos a un joven con rastas que había clavado la mirada en ellos, petrificado. Algo le decía que aquel chico era el famoso perroflauta.

Marcos se lo había temido. Había reaccionado tarde, Sofía estaba con otro. Al igual que Margarita, él también se los había encontrado en pleno beso, pero su manera de actuar fue muy distinta. No era capaz de articular palabra ni de llamarles la atención para inmiscuirse e interrumpir su pasión. Margarita lo había hecho, y con ello había logrado poner incertidumbre y sembrar dudas en la pareja, pero Marcos era incapaz de hacer lo mismo.

No iba a hablar, no iba a decir una palabra, tampoco quería que lo vieran, no quería interrumpir. Su deseo, pasar desapercibido, desaparecer. Pero tampoco pudo, se sentía clavado al suelo, incapaz de moverse, incapaz de reaccionar. Estaba paralizado, como la mujer de Lot tras ser convertida en estatua de sal. Si al menos fuera eso, una providencial lluvia podría disolverlo. Ni siquiera ese consuelo tenía. Llevaba toda la tarde mentalizándose de que aquello podría ocurrir, pero no fue hasta ver a su gran amor en brazos de otro hombre, y besándolo, cuando comprendió que toda preparación era inútil.

De modo que no dijo nada, pero Carlos lo vio, y fue su expresión de terror la que llamó la atención de Sofía, que se giró en la dirección hacia la que miraba su pareja.

En ese instante fue Sofía quien tornó en estatua de sal, víctima de la curiosidad, como en la historia bíblica. Pero en lugar de presenciar la destrucción de Sodoma, la terrible escena que la dejó cual escultura inanimada fue ver de nuevo el rostro de Marcos.
Juan Martín Salamanca

Y así fue como, de repente, tres personas enamoradas se convirtieron en estatuas en el barrio de Moratalaz.


Continuará…

Musa oscura.




Entra sigilosa a la habitación,

escondiéndose tras cada sombra,

escurridiza figura sin sentimientos.
 
 
Atrapas mi alma con tu sombra,

destilas los hilos de la incertidumbre;

corazón gélido, cuerpo sin sangre.
 
 
Te sientas a mi lado susurrando vocablos,

deseo maldito a la oscuridad consagra,

pinchas mi piel para lamer el fluido.
 
 
Complacida me abrazas sonriendo locura,

me dejas tumbado con un latido en la mano,

eterna sonrisa en los labios.
 
 
Me muerdes el cuello y succionas la sangre

que tibia recorre tu cuerpo helado,

sientes palpitaciones en el pecho.
 
 
Tus ojos me miran marcando surcos,

silente caricia mis dedos por tus hombros,

cuerpo atado en mis infiernos.
 
 
Flores negras, dolor innombrable,

extinta efigie de noches eternas,

por tus besos echaría mi alma al fuego.
 
 
Tu esencia me rodea esta noche delirante,

te vistes de espectro y perforas mi almohada,

lames las heridas para sal poner en ellas.
 
 
El diario de mi cuerpo escrito con tu veneno,

incendias los conjuros tatuados en mi piel,

miras paciente que se vuelvan cenizas.
 
 
Con un beso en mis labios cierras el cofre,

ya no entran las sombras, la luz ha sido desterrada,
 
a pesar de todo que mi ser te pertenece.


Jm Flores.

 

Escapando del cielo.



Le vi saltar...
y atrapar las nubes con tanta fuerza
que se quedó dormido

Le vi volar...
intentando ser el más veloz
pero el viento lo frenó
justo antes de volver a
mi corazón

Le vi gritar...
con su voz vieja, casi ciega
pero mi nombre quedó mudo
imposible volver a lo material...


Le vi llorar...
y salí a empaparme con su lluvia
salí a mirar cara a cara al cielo
a luchar con él...
pero sólo pude susurrarle en silencio
...te quiero.

José González
 

EPISODIO 5: DARIO ¿Lo Sabe Tu Madre Acaso?

“Soy un Control Remoto, sirvo para varias cosas, para cambiar los canales, para subir el volumen, lo más importante es tener el control…
 
Luego de escuchar la presentación de José Francisco, Darío finalmente se animó, agarró su objeto, lo analizó y se presentó.
 
“Control sobre ese animal que llevo dentro, que si no lo controlo va a saltar y va a hacer atrocidades” reflexionó, completando la frase internamente.
 
Oh casualidad, el control siempre había signado la vida de Darío Solanas. Ya desde pequeño, su madre le había enseñado a controlar sus impulsos. Darío sentía un fuego dentro de él, un volcán de pasiones, una vehemencia que con los años había aprendido a controlar y qué solo salía en raras ocasiones, en forma de un enojo indignado. Inclusive Darío ejercía el control sobre su virilidad: siendo gay, era extremadamente masculino (paradójicamente, quizás el más masculino de todo el grupo de pacientes de Guillermo), de hecho, exudaba virilidad; también solía tener una especie de tensión en el cuerpo, como si estuviese reteniendo dentro de sí un reactor nuclear, una fuerza destructora que iba a explotar de un momento a otro. Esto se le veía sobre todo en su mirada penetrante e inquisidora y en su mandíbula dura.
 
Su madre, una modista de barrio puritana y Profesora de Catequesis, lo más parecido a la madre de Carrie White[i] que existiese en la vida real, había influenciado mucho en esto del Control. Pero lamentablemente, Darío no tenía poderes como Carrie para deshacerse de los mandatos puritanos de su madre.
 
No te toques el pito” solía decirle cuando Darío tenía 5 años y se la pasaba tocando y estirando su órgano como hacen todos los niños en la etapa fálica. “Eso es pecado”. También era pecado cuando lo encontraba jugando al doctor con su primita o con su primo mayor o con los dos al mismo tiempo. O cuando lo encontró haciendo el amor con una compañerita de colegio.
 
Lo peor había sido cuando Darío había dejado a su novia por un árbitro de fútbol. Ese había sido el peor de los pecados para su madre. Aunque Darío ya había tenido experiencias adolescentes de toqueteo en los vestuarios y había debutado sexualmente con un compañerito de fútbol, con este hombre-15 años mayor que él-la cosa esta vez fue en serio y sin retorno.
 
Desde ese entonces, las dos pasiones de Darío fueron el fútbol y los hombres. Ambas cosas iban de la mano. Recordaba cuando de chico veía los partidos de fútbol, como se excitaba con las piernas macizas, peludas y vibrantes de los jugadores. Salir a la cancha era similar a tener un orgasmo. Darío podía canalizar su “volcán interno” en el césped, pateando la pelota, corriendo por todo el campo, haciéndole zancadillas a los rivales. Y luego venía la parte de los vestuarios. Los vestuarios que producían esa mezcla de macho cabrío, sudor y olor a desodorante, combinación que despertaba las feromonas. Y Darío-una gran promesa del fútbol-actuaba en la cama como en la cancha. Pero luego vino el accidente, él estaba de acompañante en la moto de uno de sus amantes, chocaron y pese a que Darío salvó su vida porque llevaba casco, le quedó una lesión en la pierna. Y esa lesión lo sacó directamente del campo de juego, y del estrellato futbolístico.
 
Estuvo un par de años resentido y furioso, peleado con el mundo y consigo mismo, hasta que un ex sponsor lo contrató para ser Director Técnico de una Liga de Menores de un club ignoto de barrio. Y a partir de ese momento, esos chicos se convirtieron en su razón de ser. Darío sintió finalmente que tenía algo por lo que vivir. Todo anduvo sobre ruedas, hasta que apareció Jonathan sin H. Así se había presentado. Jonathan sin H tenía 16 años para 17 aunque parecía mucho más grande, unos 19 o 20 inclusive.
 
Cuando Jonathan sin H entró, así sin permiso y con su ímpetu adolescente en la vida de Darío, el futbolista estaba con las defensas bajas, ya que había acabado su último romance con un famoso jugador que había sido comprado por un club de Barcelona y que se había casado con una botinera-una vedetonga[ii] en ascenso que se parecía físicamente a Marta Sánchez en sus primeros años de solista-para disipar cualquier duda acerca de su posible homosexualidad. Darío siempre se enamoraba con pasión. Su furia interna se transformaba en amor pasional pero siempre terminaba quemado en ese fuego, ya que nadie lograba amarlo a él con la pasión con la que él amaba. En ese amor, Darío solía sentirse con derecho a manejar la vida del otro, a reformarle sus hábitos, era cómo qué él sabía SIEMPRE lo que era mejor para el otro .Darío tenía en su haber una larga lista de amores frustrados donde él amaba y los otros se dejaban amar. Y así pasaban los amores de Darío como los penales errados. Tarde o temprano, todos se terminaban casando (usualmente con vedetongas) y él, que se negaba a cambiar de vida y ser infiel a sus deseos-se quedaba solo.
 
Lo de Jonathan sin H comenzó como un juego. El chico era un futbolista excelente-aunque a Darío le molestaban su soberbia y su rebeldía-y no tardó en convertirse en el favorito del entrenador. Había perdido a su padre hacia un año. Por eso, no fue extraño que Darío se convirtiera en una especie de figura paterna para Jonathan sin H. Pero con el tiempo, la relación fue virando en algo más. Y aunque Darío era un experto en el control de los bajos impulsos, Jonathan sin H tenía la perversión de los adolescentes y comenzó a cruzar ciertas líneas que a Darío lo perturbaron. Empezó a pensar en él mañana, tarde y noche. En cómo le decía “Jefe” y le guiñaba el ojo, como lo rozaba con las piernas “sin querer” o como se paseaba desnudo en el vestuario delante de él, mirándolo fijo mientras se enjabonaba las partes intimas. Jonatan sin H también sabía toda la música que le gustaba a Darío y cuando estaba con su mp4, se sacaba los auriculares y le decía: “Escuche, Jefe” y ahí estaban Amaia Montero, Soda Estéreo y Ana Belén.
 
Por más que Darío intentaba controlar la situación con una fuerza estoica, su fuego interno pugnaba por salir. Ver a Jonatan en la ducha, con su culo lampiño y parado, redondo y turgente; sus piernas delgadas, torneadas y duras, su espalda ancha, su vientre plano, su tatuaje de Callejeros[iii], todo en él se había convertido en una tortura para el futbolista.
 
Como en la canción de María Magdalena en Jesucristo Superstar[iv], Darío se preguntaba qué le había visto a ese chico, por qué esa locura tan cegadora, si al cabo de cuentas era solamente un hombre, y en su vida había habido tantos, así que en cierta manera, Jonatan con H era uno más.
 
Y así como los volcanes dormidos despiertan un día y arrasan con todo, Darío no pudo aguantarse, sintió el fuego de su volcán interno, la lava que recorría su cuerpo y un día que estaban solos en el vestuario y el chico lo provocaba como siempre, arrinconó a Jonatan sin H contra la pared, así, sin importarle nada. Luego se arrepintió y se alejó asustado y horrorizado de lo qué había hecho y de sus posibles consecuencias...pero para su sorpresa, Jonatan sin H le dijo:
 
-¿No va a seguir, Jefe?” y le comió la boca de un beso, hurgando con su lengua adolescente, ávida de besos. De repente, sin saber cómo, estaban los dos desnudos en el vestuario, besándose apasionadamente, entrelazando sus cuerpos con un frenesí salvaje.
 
Darío estaba acostumbrado a ser la parte dominante en el sexo, jamás había sido penetrado (bueno, salvo una vez qué le parecía que su primo lo había violado de chico, pero no recordaba el hecho con claridad). Sin embargo, de repente sintió como Jonatan sin H lo agarraba por la espalda y le besaba el cuello con su lengua, sintiendo su gruesa verga apoyada en su culo. Y sin saber cómo, de repente estaba acostado sobre el banco del vestuario y Jonatan sin H encima de el, penetrándolo salvajemente, con ese salvajismo de la adolescencia. El dolor dio paso al placer y el placer dio paso al amor. Y así transcurrieron seis meses de ensueño para Darío, quien esta vez no se preguntaba si esa pasión era prohibida y lo amó con la misma intensidad que había amado a todos los demás.
 
Hasta que un día, así de la nada, Jonatan sin H le dijo:
 
A mi me gustan las chicas; volví con mi novia”.
 
Darío sintió como la desesperación le corría por el cuerpo, dando luego lugar a la furia, similar a la de un toro embistiendo al torero y con una fuerza animal, lo agarró del cuello arrinconándolo contra la pared. Mientras mantenía el puño en alto, cerrado, tratando de no pegarle, sus ojos se ponían rojos de furia y de lágrimas.
 
Si no me soltás, le digo a mi vieja que llame a la cana[v] y te denuncie por corrupción de menores, puto[vi].
 
Darío no podía creer lo que estaba escuchando. El mismo chico con el que durante meses había tenido una relación, ahora se había convertido en un psicópata.
 
Me dijiste que me amabas” le dijo en un tono seco, tratando de contener la furia y las lágrimas.
 
Bueno, pero yo no soy trolo[vii], te equivocaste. Volví con mi chica. Y si no me dejás de joder, te denuncio. Y si me echás del club, peor para vos, así que ni se te ocurra”.
 
Devastado, Darío agarró su bolso de Adidas, se lo puso al hombro y empezó a caminar por la cancha, tratando de que el frío del invierno curara esa pesadilla que acababa de vivir.
 
Al otro día, volvieron a verse en el entrenamiento, pero ni se hablaron. Y por más que con su frialdad Darío no lo demostrara, se sentía muerto por dentro. Y mientras veía de reojo a Jonatan sin H jugar con sus compañeros, pensó en un dicho que solía decir su madre:
 
“El Que Se Acuesta Con Niños, Amanece Meado”.
 
Continuará…




 
[i] “Carrie”: película de Brian de Palma basada en el libro homónimo de Stephen King


[ii] Vedetonga (argentinismo): joven estrella que suele saltar a la fama por sus atributos físicos y sus escándalos mediáticos.


[iii] Callejeros: grupo de rock argentino escuchado por adolescentes usualmente de clase media baja


[iv] La canción dice: “No Logro Entenderlo/Me Emociono Con Verlo/Sé qué es/Un hombre más/Y En Mi Vida Hubo Tantos/Debo Saber/ Qué es Un Hombre Más/Solo Uno Más”


[v] Cana: Arg. Policía


[vi] Homosexual (despect)


[vii] Idem
 
 

La Familia Helviana. La Tortura


—Sujétenlo. ¡Háganlo bien! Que si logra moverse aunque sea un poco, seré yo quien los despelleje a ustedes.

Los monstruosos de piel naranja de Jhaelxena no tuvieron reparos en ingresar a la celda de la familia Helviana. Estos arrastraban un torso de los brazos, tan blanco como la cal. Otras dos criaturas ingresaron; entre los cuatro colocaron los grilletes y jalaron las cadenas. Al terminar, estos quitaron los soportes lo que mantenían sujeto, cayó hacia adelante y obligó al prisionero a soportar con sus brazos el peso, mostrando toda su musculatura.
Tanto madre como hija se asombraron cuando vieron al cautivo. Era un joven alto elfo, desnudo de la cintura para arriba. Su rostro había sido golpeado repetidas veces. Entre las marcas de mordiscos y los golpes en su pecho mostraba numerosas marcas y tatuajes, con runas en el idioma del Inframundo. Pero lo que les llamó más la atención era el estado de su brazo derecho. Su mano y su brazo se encontraban quemados e informes, la masa de carne apenas cubría los huesos que se veían en algunas partes. Berlashalee apartó la mirada, mientras Yasfryn quiso levantarse para ayudarlo. Pero tuvo que contenerse, porque en cuanto salieron las monstruosidades, su sobrina entró acompañada por lo que parecía ser su hija.
Jhaelexena se acercó confiada y orgullosa, sonriendo como una cazadora que tiene a su presa. Un enorme látigo, una vara con dos segmentos y un enorme anillo en el centro, establecían su superioridad ante todos en la habitación. Su sonrisa se torció hasta alcanzar la sádica realización, mientras contemplaba en el cautivo la cumbre de su éxito.
—Es impresionante. Desde hace cuantos tiempo una basura como tú ha sido Maestro de Armas de una de las casas de la ciudad de Xillander’kull.
—El mismo tiempo que le tomó a usted decidir a cuál de sus hijas debía matar para conservar su poder.
La respuesta sarcástica le mereció un golpe con la vara del látigo y un grito furioso.
—Dime, ¿desde hace cuánto la casa Barrizynge’del’Armgo ha traicionado el voto sagrado de odio y destrucción hacia los traidores de la superficie?
—Ya contesté, maldita.
Otro golpe de la vara fue el premio a su respuesta. Molesta, la mujer quiso extender el látigo cuando su hija intervino con un tono leve, salpicado de temor.
—Mi señora. Madre. Lo que dice el elfo claro tiene razón. Recuerde… sacrificó a una común adoptada en la casa hace para crear una Zin’karla para matar a mi padre. ¿Tienes tres años de ser Maestro de Armas, no es así?
—Si.
—¿Cuál es tu verdadero nombre?
—Mi nombre es Adalirus Eorel Smayern, Ardulintra.
La joven no pudo evitar que los colores se le subieran al rostro. Él la había reconocido, la había llamado por su nombre. Por eso avanzó hacia el frente y se dio la vuelta para que nadie viera su debilidad.
—¿Cuántos años tienes, Eorel?
—Tengo… Ciento tres años.
Un suspiro escapó de las gargantas de todas las presentes. Ninguna podía dar crédito a lo que habían escuchado. Si lo que decía el muchacho era la cierto, las jóvenes (Ardulintra y Berlashalee) lo superarían en edad por veinte años; las mayores le llevaban siglos de ventaja. Ninguna pudo reaccionar, mientras trataban de digerir la noticia de que uno de los más respetados guerreros de la ciudad era un chiquillo.
—Ella dice que en cuanto me logre liberar las matará a todas ustedes. ¡A todas!
Eorel comenzó a reír de manera macabra. Al sentir que perdía el control de la situación, Jhaelexena levantó el rostro del muchacho con la vara de su látigo, mostró los dientes y siseo con elegancia.
—¿Cómo vas a hacerlo estúpido? Estás atado a nuestra merced. Es obvio que es una mentira. ¡Mientes! Nadie puede conseguir el puesto de maestro de armas de ninguna casa a tan corta edad. Ningún guerrero es tan bueno.
—Eso demuestra quien es quien en esta ciudad, señora.

La respuesta le mereció una brutal golpiza. El borde de la pesada vara se estrelló contra su cuerpo incontables veces. Jhaelexena expulsó toda su ira hasta que cansada y adolorida, bajó el brazo. Le tomó un rato recuperar el aliento. Con un gesto a una de sus monstruosidades esta trajo algo entre sus manos. Ella levantó la cabeza del joven elfo para que lo observara; un trozo de cristal de ámbar, que cabía en uno de los brazos de la criatura.
Eorel abrió sus ojos, con una mezcla de sorpresa y temor. Después tragó grueso cuando la criatura le entregó el cristal a Adrulintra para que lo cargara.
—Bien, niño alto elfo… responde como deseo, y tal vez muestre indulgencia en tu caso, quizá te de una muerte rápida. Esto se encontraba escondido en tus aposentos. ¿Qué es?
—Un trozo de ámbar muy grande.

La respuesta sacó de quicio a su interrogadora. Ella retrocedió, extendió el látigo y con maestría le asestó un golpe que estrelló las dos piezas de cuero y el anillo en contra de su cuerpo. La golpiza fue salvaje, con cinco golpes ya había desprendido pedazos de su piel y había dejado las cinco marcas del anillo en su pecho y espalda. Pero el joven apretó los dientes y no profirió ni un solo gemido. No iba a darle la satisfacción a su torturadora de disfrutar con su sufrimiento.
Cuando completó la docena la religiosa se detuvo. Furiosa al no poder quebrar al muchacho, visiblemente agitada por el esfuerzo en usar el látigo, ella gritó con todas sus fuerzas
—¿Dime, qué demonios es ese pedazo de ámbar? ¡Habla maldito!
La única respuesta del prisionero fue levantar su rostro y sonreír. El gesto irritó a la mujer, que extendió de nuevo el látigo. Pero cuando iba a golpearlo, un grito y una voz reclamaron.
—Lo que te dice el muchacho es verdad, Jhaelxena. Es un pedazo de ámbar. Pero te hace falta capacidad para ver que hay una criatura en su interior. Parece ser un bebe en estado suspensión.
La torturadora se volteó hacia donde provenía la voz. Yasfryn observaba con pena y dolor al muchacho. Ella sostenía el rostro de su hija, que lloraba con grandes gritos y evitaba ver el espectáculo frente a ella. No podía soportar más la tortura a la que era sometido su compañero de cuarto. Por primera desde que la conocía ella pudo encontrar en el rostro de su antigua maestra que no le escondía nada, era como el agua.

—Una criatura ¿Qué clase de criatura?
—Lo desconozco. Parece ser un bebe de nuestra raza, dado su tamaño y el reflejo del cristal. El uso de ámbar significa que los batracios fueron quienes encerraron a la criatura. No puedo decirte nada más. Pero debe existir una razón poderosa para que la hayan sellado. Una herética e impía.
—Interesante.
Jhaelexena conservó esto en mente mientras con un gesto le ordenó a su hija salir de la habitación. La joven sujetó la piedra y salió de la habitación en silencio. Cuando se dispuso a salir de la celda, unas leves carcajadas provenientes del muchacho la obligaron a regresar sobre sus pasos. Ella sujetó al prisionero del cuello, le mostró los dientes y siseo lo que pensaba
—¿Qué te resulta tan gracioso para que te rías de esta forma? ¿Acaso perdiste la cordura?
—No. Sólo debo advertirle que la criatura en el sarcófago de ámbar será su perdición, bruja. No se atreva a abrirlo, a menos que quiera enfrentar las consecuencias.
—Eso lo veremos.
Con un último golpe y su respuesta, la torturadora se retiró, las rejas se cerraron y los prisioneros quedaron a solas. No habían terminado de trabar los cerrojos cuando Berlashalee dejó su sitio en la cama y tomó la jofaina de agua que había en el piso para su uso personal, rasgó un pedazo de su vestido y lo empapó en el agua, para limpiar la sangre del cuerpo y la cara del joven.
Él la observó atentamente. A pesar de todo lo que le había pasado, suavizó su expresión y esbozó una sonrisa.
—Me alegra ver una cara conocida. Belashalee. Pensé que habías desaparecido. Parece que el destino te alcanzó… tal como a mí.
—Perdóname, Eorel. Es mi culpa que estés aquí.
—¡No! Tarde o temprano se iba a saber mi secreto. He vivido una mentira todos estos años. Era evidente que algún día se descubriría. Se lo que me espera. Si eso es lo que ha de pasar, que suceda. Es mejor que vivir con temor todos los días de mi vida. Es mejor que vivir con la maldición que me rodea desde que ingresé a estas cavernas.
Sus palabras devolvieron la serenidad a la muchacha, que se relajo y continuó su trabajo. Pero al voltear su vista, él se sorprendió al encontrar a la herrera de la ciudad encerrada en esa mazmorra. La curiosidad lo movía a preguntar, estuvo a punto de abrir la boca cuando la mujer se levantó de su asiento e hizo por su cuenta la pregunta incomoda.
—Muchacho. Sé que no es de mi incumbencia. ¿Pero qué contiene el sarcófago de ámbar que estaba en tu posesión?
—Contiene algo que no puede ser… algo que no debe existir. Contiene un símbolo del pecado, una muestra de lo que la lujuria y el descuido puede invocar. Una criatura que no puede ser, bajo ninguna circunstancia.
—Entonces es cierto. Los rumores son ciertos. Tú eres el Guerrero Maldito, el sarcófago contiene a tu hija. Un engendro, con la sangre de una elfa oscuro y de un elfo claro.
—¿Qué quieres decir con eso, mamá?
Yasfyn suspiró antes de iniciar su relato. Aunque recibió las correcciones necesarias del autor del hecho, ella explicó de la mejor forma que pudo a su hija la base de uno de los pecados más grandes jamás que se puede cometer en la infraoscuridad. La unión entre un elfo claro y una elfa oscura está terminantemente prohibida, era un taboo en ambas sociedad. Cualquier producto de esta unión provocaría una terrible maldición sobre sus padres; así como un destino incierto para las criaturas producto de esta gestación.
Carlos "Somet" Molina